Luces a medio gas
iluminaban la calle provocando sombras y zonas oscuras. Temeroso y al acecho,
Jonathan avanzaba por esas calles con el corazón acelerado. Miró a su alrededor
arreglándose la corbata y agarrando más fuerte el maletín negro lleno de
utensilios de medicina. Se preguntó, por milésima vez, el motivo por el cual
había decidido volver a casa caminando en lugar de ir en carruaje. Su respuesta
mental fue inmediata, porque no pensaba las cosas dos veces.
Aceleró sus pasos
mientras oía un sonido sospechoso a su espalda. El frío era lacerante y el
viento silbaba a través de las rendijas de las alcantarillas. Seguía oyendo un
sonido tras de si, y se acercaba peligrosamente, acelerando todavía más su
circulación.
De pronto, una mano
lo agarró del hombro y lo obligó a girarse. Se encontró ante unos ojos
brillantes verde mar, colocados, curiosamente, en un rostro desfigurado.
Cicatrices profundas cruzaban toda su superficie de lado a lado sin tener en
cuenta boca ni tabique nasal. Cogió el maletín y se lo puso en el pecho
instintivamente inspirando una gran bocanada de aire.
- Vete - dijo el
hombre con voz arrugada y susurrante. Dio un paso atrás muy lentamente, sus
piernas no le reaccionaban ante la visión de un hombre con aquel aspecto
monstruoso.
- Corre - siguió el
hombre más amenazante todavía. Jonathan se giró rápidamente y se abalanzó a
toda velocidad en dirección contraria. Corrió y corrió pero solo consiguió
llegar hasta la siguiente esquina. Allí, justo al rodearla, algo afilado se
clavó en su abdomen. Por segunda vez, se vio reflejado en unos ojos azules de
una belleza impresionante. Una sonrisa llena de dientes se dirigía hacia él
disfrutando ante su expresión de terror incontenido. Jonathan cayó de rodillas,
víctima de un mareo incontrolable. Su respiración entrecortada y un dolor, que,
por momentos, se hacía insoportable, le enviaba un mensaje subliminal sobre su
pronto final.
Su experiencia médica
le enviaba la información como si de un mensaje del Divino se tratara. Su
último pensamiento fue lo desgraciado que era al llevarse, como última imagen,
la cara de su propio asesino. Deseó con todas sus fuerzas salir adelante en
aquella batalla, quería ajusticiar al verdadero monstruo, recompensar al
hombre... su deseo, desde la infinidad del universo, fue escuchado y concedido.
Abrió los ojos parpadeando forzosamente. Movió la cabeza pesadamente de un lado
a otro para despejarse un poco. Se sentía totalmente adormecido, su propio
cuerpo le pesaba toneladas. Consiguió poco a poco visualizar lo que tenía
delante, al divisar a su asesino su pecho se hinchó de ira y, al intentar
agarrarlo por el cuello cayó hacia delante atravesando el cuerpo. Una vez
estirado en el suelo, preso de una sorpresa paralizante, se giró hacia atrás
poco a poco. Lo que vio le hubiera hecho contener el aliento si lo hubiera
tenido. Su cuerpo estirado atravesaba las piernas del hombre que lo miraba a él
mismo tirado en el suelo sobre una mancha de sangre. Se vio a si mismo con su
propia expresión de muerte reflejada en la cara. Apartó la mirada impactado y
volvió a su asesino.
Éste ya comenzaba a
caminar rápidamente hacia una calleja oscura al otro lado de la calle. Poco a
poco se levantó notando como flotaba en el aire. Se miró detenidamente
empezando por unos pies que ya no existían. Una niebla espesa lo mantenía a
flote a unos centímetros sobre el suelo. Subió un poco más su observación y vio
que dicha nube se convertía en su dos piernas, su cadera, su estómago, su pecho
y todo el resto. Algo más tranquilo y, empezando a acostumbrarse a su nueva
situación espiritual, volvió a admirar su pose mortal. Era bastante grotesca,
aunque suponía que era normal que no le gustara, ya que la situación
evidentemente era inusual. No todos los días se encontraba uno delante de su
propio cadáver. De pronto, se dio cuenta de su propia estupidez. Con gran
esfuerzo consiguió avanzar sobre aquella irritante nubecilla. La costumbre de
caminar sobre sus dos pies era toda una molestia. Se dejó deslizar con suavidad
y comenzó a avanzar muy rápido. El propio susto lo frenó de golpe y volvió a
caer al suelo. Se levantó con la determinación acumulada en su ceño fruncido y
volvió a probar, esta vez más despacio. Poco a poco comenzó a dejar atrás el
escenario del crimen y empezó a avanzar hacia donde se había ido el hombre.
Una sonrisa surcó su
cara, primero de triunfo ante las nuevas experiencias aprendidas, luego de
venganza. Avanzó y avanzó, cada vez más rápido, cada vez más furioso. ¿Quién
había dado derecho a aquel hombre a quitarle lo que más preciaba en el mundo?
¿La vida? Su enfado se extendía por todos los poros de su fantasmagórica
figura. Él se había dedicado a salvar vidas todos los días, y si no podía,
intentaba darles un alivio a sus pesares, tanto medicinal como moral. Un
premio, como hijo de la ciudad, lo demostraba colgado en el salón de su pequeña
casa. Y una satisfacción en el fondo de su corazón por su trayectoria se lo
confirmaba.
Pronto lo alcanzó. Se
dirigía hacia la zona del puerto, así que no le quedaba mucho tiempo para
actuar, ya que estaba llena de bares y gentes de la noche.
No sabía si alguien
podía verlo, no sabía como lo haría, pero debía vengarse de aquel hombre. Lo
siguió un poco más y, al llegar justo en medio del puente que debía cruzar para
llegar a la zona más poblada, lo alcanzó se puso ante el. Cerró los ojos y
probó a frenar sus pasos de alguna manera. Al abrirlos se encontró al hombre
mirándolo con cara aterrorizada.
-¿Me ves? - no pudo
evitar preguntar.
El hombre levantó el
brazo protegiéndose parte de la cara y dio un paso atrás como respuesta.
Jonathan hizo fuerza para controlar sus movimientos. Deseo que no pudiera
moverse, deseó paralizarlo y tenerlo bajo su voluntad durante un rato.... y así
fue. De pronto, sus ojos miraban al lugar donde él había estado hacía unos
momentos. Observó con cuidado su entorno, después de lo que había pasado, era
difícil sorprenderlo ya. Al otro lado del puente luces se distinguían junto con
el leve murmullo de voces hablando sin ningún tipo de orden ni concierto tras
las duras paredes de los locales. Se miró a si mismo y comprendió. Se hallaba
en el cuerpo de su asesino. Lo primero que le pasó por la cabeza fue agarrar el
cuchillo que bailaba en su cinturón y clavárselo. Pero, por mucho que le
pesara, eso iba contra todo lo había aprendido. Tomó entonces una decisión.
Comenzó a caminar hacia adelante dirigiéndose a la comisaría de policía. Llegó
en unos diez minutos que le parecieron eternos. Al llegar a la puerta estaba
exhausto. Su aura espiritual no era lo suficientemente fuerte como para
soportar mucho tiempo más de 90 kilos de peso corporal. Respiró hondo un par de
veces y abrió la puerta. La escena siguiente fue breve y concisa y así quedó
plasmado en el informe policial provisional:
10/01/1890
Julius Sanpet, hijo
de Sol, sin oficio, y de madre desconocida, confiesa su culpabilidad sobre el
asesinato de Jonathan Sanpet, hijo de Lili, de oficio costurera y padre
desconocido. El acusado entrega arma homicida con restos de sangre en sus
ropas. Todos los hechos y detalles confesados coinciden con la escena del
crimen y las pruebas encontradas. Encarcelado y puesto a disposición judicial
esperará la sentencia del juez Collins.
El hombre de la cara desfigurada sonreía
divertido.... ese Jonathan, no podía evitar sentir debilidad por él. Desde que
lo había descubierto, su mente le había parecido de lo más curiosa. Tanta
honestidad, tanta moral, tanta corrección, tantos buenos sentimientos, lo
abrumaron en un primer momento, luego le divirtieron. Al fin y al cabo, no era
justo que, un hombre como Jonathan, muriera por una causa tan injusta:
descubierto por su hermano, envididoso ante la vida que llevaba, tan diferente
de la suya, y abocado ante su victimismo enfermo hacia el asesinato. Raro que,
en ningún momento, estos mortales se plantearan el hecho de que, algunas cosas
en la vida, las recibían porque habían luchado por ellas. No pudo evitar
hacerle aquel favor. Volvió a reír y movió la cabeza al haber leído el último
pensamiento de Jonathan antes de desvanecerse... la decepción sentida al no
poder darle nada a cambio a aquel hombre monstruoso, aquel hombre de corazón
generoso que le había avisado de su muerte poco antes de los sucesos. La gente
nunca cambiaba en la profundidad de su ser, solo sufrían algunas
transformaciones.
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